Heracles (Hércules para los romanos) es el más famoso de los héroes helénicos y el protagonista de un ciclo épico que lleva sus hazañas por todo el orbe conocido de los antiguos griegos. Fue el héroe más admirado de la antigüedad, adorado en multitud de templos en Grecia y Roma.


I. Nacimiento, infancia y juventud de Heracles

Heracles era hijo de Zeus y de Alcmena, hija del rey de Micenas y esposa del rey de Tirinto. Zeus se enamoró de Alcmena y, aprovechando la ausencia de su marido, tomó la apariencia de éste y se unió a ella, con la intención de engendrar un hijo que sería el más poderoso de los mortales y gobernaría la noble casa de Perseo.

Hera, esposa de Zeus, celosa por la infidelidad de su marido, hizo prometer a Zeus, cuando Heracles estaba a punto de nacer, que el príncipe que naciera antes del anochecer en la familia de Perseo sería el rey. Entonces Hera retrasó el nacimiento de Heracles y adelantó el de su primo Euristeo, que nació sietemesino. Así, Heracles quedó constituido en vasallo de Euristeo debido al juramento de Zeus. No contenta con esto, Hera quiso matar a Heracles enviando dos enormes serpientes para que lo estrangulasen en su cuna, pero Heracles se libró de ellas ahogándolas con sus propias manos.

El joven Heracles recibió la educación propia de los héroes, tuvo los mejores maestros y pronto destacó en las artes guerreras, siendo infalible con la jabalina y con el arco.

A los dieciocho años Heracles realizó su primera hazaña, dando muerte a un enorme león que estaba haciendo estragos entre los rebaños de la zona. Heracles mató al león de un mazazo, se vistió con su piel y se puso por casco sus mandíbulas abiertas. Por aquella misma época la ciudad de Tebas estaba obligada a pagar tributo a la de Orcómeno. Cuando los recaudadores de Orcómeno se presentaron, Heracles les cortó la nariz y las orejas y se las colgó del cuello, diciendo que ese era el tributo que debían presentar a su rey Ergino. Ergino atacó la ciudad de Tebas y fue derrotado por Heracles, quien obligó a los de Orcómeno a pagar desde entonces tributo a los tebanos. Creonte, rey de Tebas, agradecido, dio en matrimonio a Heracles a su hija Mégara.

Años más tarde los eubeos, con su rey Pirecmes a la cabeza, marcharon sobre Tebas. Heracles venció a Pirecmes y ordenó que unos potros desgarraran su cuerpo, partiéndolo en dos, y que sus restos fueran abandonados sin enterrar junto al río Heracleo. Hera, irritada por los excesos de Heracles, lo enloqueció; preso de un terrible ataque de locura, Heracles mató a todos los hijos que había tenido con Mégara, a ésta y a dos de sus sobrinos. Cuando Heracles recobró la cordura acudió al rey Tespio para que lo purificase, tras lo cual se dirigió a Delfos para pedir consejo a la pitonisa, quien le ordenó ir a Tirinto y servir a su primo Euristeo durante doce años; si realizaba con éxito los diez trabajos que su primo le impondría (que acabaron siendo doce ya que su primo no dio por válidos dos de ellos) obtendría como premio la inmortalidad. Su sobrino Yolao compartiría con él los trabajos, sirviéndole como escudero.

Antes de partir hacia Tirinto Heracles fue equipado por los dioses: Hermes le entregó una espada, Apolo un arco, Zeus un escudo irrompible, Atenea una túnica, Hefesto una armadura, y Poseidón un tiro de caballos para su carro.

Los doce trabajos


Primer trabajo: El León de Nemea

El primer trabajo que Euristeo impuso a Heracles fue dar muerte al león de Nemea, hijo de los monstruos Ortro y Equidna, fiera temible cuya piel era invulnerable a toda clase de armas. Heracles intentó matarlo con una maza pero sólo logró asustarlo, el león se introdujo en su cueva y Heracles lo siguió y luchó con la fiera cuerpo a cuerpo, estrangulándola. Presentó el cadáver del animal a Euristeo, quien, asombrado y aterrorizado, le prohibió que volviera a entrar jamás en la ciudad; en adelante debía exhibir los frutos de sus trabajos ante las puertas de Micenas. Euristeo ordenó a sus herreros que le fabricasen una jarra de bronce que escondió bajo tierra. En adelante, siempre que se anunciaba la llegada de Heracles, se refugiaba en ella y enviaba sus órdenes por medio de un heraldo.

Utilizando las garras del león, Heracles lo despellejó y llevó a partir de entonces su piel invulnerable como armadura, y su cabeza como casco. El león de Nemea, tras su muerte, se convirtió en la constelación Leo.


Segundo trabajo: La Hidra de Lerna

El segundo trabajo ordenado por Euristeo fue la destrucción de la hidra de Lerna, enorme serpiente multicéfala hija de Tifón y Equidna. Este monstruo había sido criado por la propia Hera para enfrentarlo a Heracles; sus cabezas se reproducían al ser cortadas, y exhalaban un vaho capaz de matar a todo el que se hallara cerca.

Heracles, conteniendo la respiración, comenzó a luchar contra la hidra aplastando sus cabezas con una maza, pero enseguida brotaban otras nuevas. Hera envió un enorme cangrejo para que ayudase a la hidra, pero Heracles lo aplastó con el pie. Yolao acudió en ayuda de Heracles, y mientras éste cortaba las cabezas con una espada Yolao quemaba las heridas con una antorcha para evitar que se reprodujesen. Tras dar muerte a la hidra y desentrañarla, mojó sus flechas en la hiel del monstruo, a partir de entonces la más pequeña herida que estas flechas causasen sería letal.

En premio a los servicios prestados por el cangrejo, Hera colocó su imagen entre los doce signos del Zodíaco (la constelación de Cáncer).

Euristeo no consideró este trabajo como debidamente ejecutado, ya que Yolao había ayudado a Heracles.




Tercer trabajo: La Cierva de Cerinia

El tercer trabajo de Heracles consistía en capturar la cierva de Cerinia y llevarla viva a Micenas. Este animal tenía pezuñas de bronce y cornamenta de oro. Estaba consagrada a Artemis, ya que era una de las cinco ciervas que la diosa había intentado capturar para engancharlas a su carro, y la única que había logrado escapar.

Heracles persiguió a la cierva incansablemente día y noche hasta el mismo país de los Hiperbóreos. Aprovechando un momento en que el animal se detuvo a beber, Heracles inmovilizó sus patas delanteras con una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso sin derramar sangre. Entonces la apresó y se la llevó a Micenas.



Cuarto trabajo: El Jabalí de Erimanto

Euristeo ordenó a Heracles que capturase vivo a un enorme jabalí que vivía en los bosques de Erimanto y que causaba estragos en los campos que rodeaban Psófide.

De camino hacia Erimanto, Heracles hizo una parada para visitar a su amigo el centauro Folo, quien compartió con él su comida y su vino. Pero los otros centauros, al oler el vino que estaba especialmente reservado para ellos, montaron en cólera y atacaron a Heracles, quien los rechazó primero con teas y luego con sus flechas envenenadas, dando muerte a varios de ellos y poniendo en fuga a los demás. Mientras Heracles enterraba a sus víctimas Folo sacó una de las flechas de Heracles y la examinó, asombrado de que algo tan pequeño pudiese dar muerte a criaturas tan formidables. La flecha se le cayó y lo hirió en un pie, matándolo. Heracles enterró a su amigo con excepcionales honras fúnebres al pie de la montaña que tomó su nombre, y prosiguió en busca del jabalí.

Heracles persiguió a la bestia durante horas, llevándolo hasta una zona cubierta de nieve donde saltó sobre su lomo y lo ató con cadenas, llevándoselo sobre sus hombros a Micenas.

Los colmillos del jabalí de Erimanto se conservaron en el templo de Apolo en Cumas.


Quinto trabajo: Los establos del Rey Augias

Augias, rey de Elide, era el hombre que más ganado poseía en el mundo, los dioses habían hecho a sus rebaños inmunes a todas las enfermedades, y eran increíblemente fértiles. Pero Augias no había limpiado jamás sus establos, que esparcían un hedor insoportable por todo el Peloponeso. Además la capa de estiércol sobre la tierra de los valles era tan gruesa que ya no podían labrarse para sembrar grano.

Euristeo ordenó a Heracles limpiar aquello en un solo día, sonriendo al imaginar al héroe cargando el estiércol en cestos y llevándoselo sobre sus hombros. Heracles, sin mencionar el mandato de Euristeo, convino con Augias en que, si lograba limpiar todo aquello en un solo día, obtendría a cambio la décima parte de los rebaños.

Heracles derribó dos de las cuatro paredes de cada establo, tras lo cual desvió de sus cursos los ríos Alfeo y Peneo, consiguiendo que las aguas se llevasen todo el estiércol de los establos, así como el que cubría los valles. Pero Augias, al enterarse de que Euristeo ya había ordenado a Heracles limpiar sus establos, se negó a pagar lo acordado. Heracles pidió que el caso se sometiera a arbitraje, el hijo de Augias declaró ante los jueces que su padre había hecho un trato con Heracles, por lo cual Augias, lleno de cólera, desterró de Elide a su hijo y a Heracles, afirmando que los dioses de los ríos, y no él, habían realizado el trabajo. Euristeo, por su parte, no consideró el trabajo como uno de los diez, ya que Heracles había sido contratado por Augias.


Sexto Trabajo: Las Aves del Lago Estínfalo

Heracles recibió de Euristeo la orden de expulsar del lago Estínfalo a ciertos pájaros comedores de hombres y ganado que tenían picos, alas y garras de bronce y cuyos excrementos venenosos arruinaban los cultivos.

Heracles no podía ahuyentar a las aves con sus flechas, pues eran demasiado numerosos. Atenea le entregó un par de címbalos de bronce, que Heracles agitó con fuerza produciendo tal estruendo que las aves, enloquecidas de terror, alzaron el vuelo. Muchas de ellas fueron derribadas por las flechas de Heracles, y las restantes huyeron hacia la isla de Ares en el Mar Negro, donde fueron encontradas años después por los Argonautas.


Séptimo trabajo: El Toro de Creta

El rey cretense Minos había prometido a Poseidón sacrificar en su honor un hermoso toro. Minos incumplió su promesa y Poseidón, como venganza, volvió loco al animal e hizo que Pasífae, esposa de Minos, se aparease con él, concibiendo al Minotauro. El toro, que arrojaba llamas por la boca, recorría la isla destrozándolo todo a su paso.

Euristeo ordenó a Heracles que capturase al toro. Tras una ardua lucha, Heracles doblegó al monstruo y lo llevó vivo a Micenas, donde Euristeo quiso consagrarlo a Hera, quien rechazó el regalo. El toro fue puesto en libertad, atravesó la Argólide, cruzó el istmo de Corinto y se quedó en la llanura de Maratón, donde posteriormente lo encontraría Teseo.


Octavo trabajo: Las Yeguas de Diomedes

El octavo trabajo impuesto por Euristeo consistía en capturar las cuatro yeguas comedoras de hombres del rey tracio Diomedes. Este las tenía atadas con cadenas, y las alimentaba con la carne de sus inocentes huéspedes.

Heracles partió hacia Tracia con un grupo de voluntarios; tras derrotar a los hombres de Diomedes Heracles arrojó el cuerpo de éste, todavía con vida, a sus yeguas, quienes tras devorarlo se volvieron tan mansas que el héroe pudo uncirlas al carro de Diomedes y llevárselas a Micenas, donde fueron consagradas a Hera.

Durante la lucha las yeguas devoraron a Abdero, amigo de Heracles, quien había quedado encargado de custodiarlas. Heracles fundó en su honor la ciudad de Abdera.


Noveno Trabajo: El Cinturón de Hipólita

Hipólita, reina de las amazonas, llevaba un cinturón regalo de Ares, el dios de la guerra. Euristeo quiso regalar este cinturón a su hija Admete, e impuso a Heracles la tarea de conseguirlo.

Los amigos de Heracles se unieron a él en su aventura para ayudarlo a vencer al poderoso ejército de las amazonas. Embarcaron hacia Escitia, región próxima al Mar Negro, y desembarcaron en el puerto de Temiscira, donde Hipólita fue a visitarlos. Sintiéndose atraída por el musculoso cuerpo de Heracles, Hipólita le ofreció el cinturón como prenda de amor. Mientras tanto Hera, disfrazada de amazona, había difundido el rumor de que los extranjeros planeaban raptar a Hipólita; las amazonas, encolerizadas, atacaron la nave de los griegos. Heracles, sospechando una traición, mató a Hipólita y le arrebató el cinturón; tras una dura batalla en la que Heracles dio muerte a todas las jefas amazonas obligó a huir a su ejército.

En el camino de vuelta Heracles, al pasar cerca de Troya, vio a una muchacha encadenada a unas rocas. Se trataba de Hesíone, hija del rey troyano Laomedonte, quien había sido castigado por Poseidón (el Dios de los Mares) por haber incumplido un trato. Hesíone sería sacrificada a un monstruo enviado por Poseidón. Heracles rompió las cadenas de Hesíone y se ofreció a matar al monstruo a cambio de dos yeguas inmortales que Zeus había regalado a Laomedonte. Heracles dio muerte al monstruo pero Laomedonte se negó a cumplir lo pactado, tras lo cual Heracles se hizo de nuevo a la mar, jurando vengarse.


Décimo trabajo: Los Bueyes de Geriones

Para realizar su décimo trabajo, Heracles tuvo que viajar a los confines del mundo. Euristeo le ordenó que le trajese el ganado del monstruo Geriones, quien tenía tres cabezas, seis brazos y seis piernas y cuya fuerza era extraordinaria. Geriones vivía en la isla de Eriteya, en el extremo occidente, más allá del río Océano, sus rebaños pastaban cerca de los de Hades y estaban al cuidado del pastor Euritión y del perro Ortro, monstruo bicéfalo hermano de Cerbero, el guardián de los infiernos.

Al llegar a Tartesos, en el estrecho que separaba Europa de la antigua Libia (el actual Estrecho de Gibraltar) Heracles, para conmemorar su largo viaje, levantó dos columnas, una en Europa y otra en África. Helio brillaba sobre Heracles y éste, enfadado por el intenso calor que le impedía trabajar, disparó una flecha al dios, quien protestó malhumorado. Heracles se disculpó por su acción y destensó su arco, Helio ofreció entonces a Heracles la copa de oro que le servía para trasladarse cada noche del occidente al oriente, en la que Heracles navegó hasta la isla de Eriteya.

Al llegar a la isla el perro Ortro y el pastor Euritión se abalanzaron sobre el héroe, quien los mató de un mazazo. Avisado por el pastor de Hades, Geriones alcanzó a Heracles y lo obligó a luchar, siendo traspasado por sus flechas. Seguidamente Heracles embarcó el ganado en la copa de Helio y se dirigió de nuevo a Tartesos para devolvérsela. Luego, continuó su camino bordeando las costas mediterráneas, donde hubo de defender varias veces su botín de los ataques de los ladrones de ganado. En Italia vivió numerosas aventuras; al pasar por Liguria fueron tantos sus asaltantes que agotó todas sus flechas y tuvo que dirigir una plegaria a Zeus para que le enviase una lluvia de piedras, gracias a las cuales pudo librarse de sus enemigos.

Al llegar a Micenas Heracles entregó el ganado a Euristeo, quien lo sacrificó en honor a Hera.


Undécimo Trabajo: Las Manzanas de las Hespérides

Al no considerar Euristeo como válidos dos de los diez trabajos que había impuesto a Heracles (la destrucción de la hidra y la limpieza de los establos de Augias) impuso a éste dos nuevas tareas, la primera consistía en recoger los frutos del manzano de oro, regalo de bodas de la Madre Tierra a la diosa Hera, esposa de Zeus. Este manzano estaba plantado en un jardín situado en el extremo norte de la Tierra, custodiado por las ninfas Hespérides -hijas del titán Atlante, castigado por Zeus a sostener eternamente la bóveda del cielo- y el dragón Ladón, monstruo de cien cabezas hijo de Tifón y Equidna.

Heracles no sabía cómo llegar al jardín por lo que se dirigió hacia Iliria en busca del dios Nereo, conocedor del secreto, a quien obligó a revelar la situación del jardín; Nereo intentó escapar adoptando múltiples formas, pero al final se vio obligado a revelar el secreto. Al pasar por el Cáucaso Heracles se encontró con Prometeo, quien por haber entregado el secreto del fuego a los hombres había sido castigado por Zeus a una horrible tortura: encadenado a una montaña, un águila monstruosa lo atacaba a diario y le devoraba el hígado, que crecía de nuevo al irse el águila. Heracles mató al águila de un flechazo y liberó a Prometeo quien, en agradecimiento, desveló a Heracles el secreto de cómo obtener las manzanas: no debería ser él quien las arrancase del árbol, sino Atlante, y advirtió a Heracles que no debía aceptar la propuesta que Atlante le haría a continuación.

Atlante estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de librarse aunque sólo fuese por unos momentos de la terrible carga que soportaba, Heracles le ofreció sostener él mismo la bóveda del cielo si Atlante le traía las manzanas de oro; como Atlante temía al dragón Ladón Heracles lo mató con una flecha, tras lo cual relevó a Atlante sosteniendo la bóveda celeste mientras éste obtenía las manzanas. Atlante, feliz al verse liberado de su carga, propuso a Heracles llevar él mismo las manzanas a Euristeo. Heracles, recordando la advertencia de Prometeo, fingió estar de acuerdo y pidió a Atlante que se hiciese cargo del peso durante unos momentos mientras él se colocaba una almohadilla en la cabeza para estar más cómodo. Atlante dejó las manzanas en el suelo y volvió a soportar su carga, Heracles cogió las manzanas y se despidió.

Tras vivir una serie de aventuras en Libia y Egipto Heracles regresó a Micenas donde entregó las manzanas a Euristeo, quien las devolvió a Hera.




Duodécimo Trabajo: La Captura de Cerbero

El último trabajo fue el más peligroso de todos, Euristeo ordenó a Heracles descender al Tártaro (el Reino de los Muertos), los dominios del temible Hades, y capturar a Cerbero, perro monstruoso hijo de Tifón y Equidna, que tenía tres cabezas, una serpiente por cola y cabezas de serpiente a lo largo de su cuerpo. Cerbero era el guardián de la puerta de entrada al Tártaro.

Antes de descender al Tártaro Heracles se dirigió a Eleusis, donde el sacerdote Eumolpo lo inició en los Misterios Eleusianos, ritos sagrados purificadores preparatorios para la vida en el Mundo Subterráneo. Una vez preparado, Heracles descendió al Tártaro, guiado por Hermes y Atenea. Aterrado por el aspecto de Heracles, el barquero Caronte lo transportó sin reparos a la otra orilla de la laguna Estigia; cuando Heracles bajó de la barca de Caronte los espíritus de los muertos huyeron aterrados, con excepción de Meleagro y la Gorgona Medusa. Al ver a Medusa desenvainó su espada, pero Hermes lo tranquilizó diciéndole que no era más que un fantasma; cuando apuntó con una flecha a Meleagro, éste se rió diciéndole que nada tenía que temer de los muertos, y tras una charla amistosa Heracles, conmovido por la triste historia de Meleagro, prometió a éste que se casaría con su hermana Deyanira. Más adelante Heracles se encontró con Teseo y Pirítoo, a quienes Hades retenía vivos en el Tártaro, pegados a la Silla del Olvido desde que bajaron con la intención de raptar a Perséfone (esposa de Hades); Heracles consiguió liberar a Teseo pero tuvo que dejar atrás a Pirítoo. Luego liberó a Ascálafo de la roca bajo la cual lo había encarcelado Démeter (madre de Perséfone). Viendo la sed que sufrían las almas de los muertos Heracles quiso sacrificar una de las vacas de Hades para que pudieran beber su sangre, siendo atacado entonces por el pastor de Hades, Menetes; cuando Heracles estaba a punto de acabar con Menetes apareció Perséfone, quien rogó a Heracles que perdonase la vida a su rival y condujo a Heracles al palacio de Hades.

Cuando Heracles pidió el perro Cerbero a Hades éste le dio permiso para llevárselo si conseguía dominarlo sin emplear armas. Tras un prolongado forcejeo con Cerbero logró vencerlo y se lo llevó a Micenas, y tras presentarlo ante Euristeo lo devolvió a Hades.

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Los hijos del Rey Minos, uno de los descendientes de Europa y Zeus, fueron, (según cuenta la mitología), Ariadna, Fedra, Glauco, Catreo y Androgeo. Era precisamente este último el favorito del monarca puesto que era un joven atleta capaz de vencer a cualquier rival que se le opusiera. Así pues, de entre los hijos que tuvo junto a Pasifae, Androgeo era su predilecto.

Pero la desgracia llegó a la corte del Rey Minos cuando, tras unos importantes juegos en honor a la diosa Atenea, diosa de la sabiduría, Andrógeno, que resultó vencedor, cayó muerto bajo la ira del pueblo de Atenas que no pudo soportar su victoria, (otra versión cuenta que murió bajo la fiereza del Toro de Maratón). Cuando Minos se enteró de esta terrible noticia, la furia y el dolor se apoderaron de él y juró vengarse de todo ateniense que hubiera sobre la faz de la Tierra. Y lo primero que ordenó a su ejército fue partir hacia la ciudad y ponerla bajo su control a cualquier precio. Y así fue…

Posteriormente, y en uso de su nuevo poder, estableció una serie de terribles leyes para Atenas, entre las cuales destacaba por su crueldad la de que anualmente, y por un periodo de nueve años, siete jóvenes varones y siete jóvenes doncellas debían ser enviadas hasta Creta para ser introducidas en el laberinto situado en Knossos del que resultaba imposible salir y en el cual eran ofrecidos para morir devorados por un ser que era mitad humano y mitad toro, temible Minotauro, nacido de la unión entre Pasifae y un toro blanco, (esta vez Zeus también tuvo algo que ver, pero ya no era él transformado en bestia como cuando raptó a Europa).


Pero ocurrió que, transcurridos tres años, el joven Teseo, que era hijo del por entonces Rey de Atenas Egeo, sintió que debía de hacer algo al respecto y que tenía que poner fin a tanta crueldad sobre su pueblo. Entonces se ofreció voluntario para entrar en el laberinto, esperando así darle muerte y liberar a cualquier ateniense que se encontrase aún en su interior. Cuenta la leyenda que incluso el propio Minos intentó convencerlo habida cuenta de que pertenecía a la nobleza, pero finalmente tuvo que ceder.

Ariadna, hija de Minos, impresionada por el porte y el valor de Teseo, se propuso ayudarlo. Aprovechando un momento en que se encontraban a salvo de ojos y oídos ajenos, la joven puso en la mano del aguerrido príncipe un ovillo de hilo de oro y un puñal y, pidiéndolo que llevara ambos objetos ocultos bajo sus ropajes, le rogó que los utilizara y que confiara en ella.

Y así lo hizo Teseo. Entró en el laberinto y caminó despacio mientras con cuidado desenrollaba el hilo que le había entregado la bella Ariadna, y que se encontraba sosteniéndolo desde el exterior. Cuando se encontró ante el Minotauro se enfrentó a semejante bestia valerosamente, y, empuñando el arma que llevaba escondida, consiguió darle muerte. Luego no tuvo sino que enrollar de nuevo el hilo y desandar lo que llevaba caminado. Después de liberar a los atenienses que aún quedaban con vida dentro del laberinto, salió de él como vencedor.

Ya sólo le quedaba regresar a Atenas. Y debía hacerlo, ya que había vencido, desplegando las velas blancas de su embarcación, tal y cómo le había pedido Egeo, su padre…

Luis Balbuena, comisario de la exposición 'Relojes de sol' que alberga el ex convento de Santo Domingo, en el municipio tinerfeño de La Laguna, ha pedido que los dos relojes de sol más antiguos del archipiélago canario situados en Santa Cruz de La Palma (La Palma) y Tinajo (Lanzarote) sean declarados por su antigüedad Bien de Interés Cultural (BIC).

En concreto, Balbuena explicó que el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma sí ha respondido a su escrito de petición de BIC, mientras que el de Tinajo aún no lo ha hecho.

El reloj de sol más antiguo de Canarias es el situado en la iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves, en Santa Cruz de La Palma, de autor desconocido y fechado en 1740, de tipo vertical declinante y realizado en madera pintada con un indicador de hierro que marca sólo las horas de la mañana y como detalle especial tiene unas flores de lis pintadas en blanco que marcan las medias horas.

El caso del reloj de sol localizado en el techo de la iglesia de Tinajo, en Lanzarote, es bastante curioso ya que a pesar de estar realizado en madera se mantiene en perfectas condiciones después de más de 150 años de vida, indicó Balbuena, quien añadió que es obra de F.R. Fernández y data de 1851, y según el archivo de Tarquis la 'hechura' de este artilugio se encargó por 90 reales.

La idea de la exposición se materializó gracias al patrocinio del Colegio de Ingenieros de Canarias, mientras que la finalidad de este tipo de relojes era decorativa, explicó Luis Balbuena, siendo el caso más significativo el de San Agustín, en Gran Canaria, que es una magnífica escultura.

El profesor de Matemáticas participó en el diseño y confección del reloj de sol del Instituto de Enseñanza Secundaria Viera y Clavijo, en La Laguna, junto a Dolores de la Cova, Luis Cutillas y un grupo de alumnos en el año 1996.

Este aparato, explicó, de tipo analemático está incrustado en el suelo de la plaza del IES, y en su forma de ocho están grabados los meses del año y también cada quincena, siendo su particularidad la de carecer de gnomon o marcador con el fin de que los alumnos utilicen su brazo para ello.

Además, existen instrucciones para leer la hora solar y hacer su conversión a la hora convencional.

La muestra reproduce el entorno de los relojes de sol más significativos del archipiélago, explica las formas y clases de los distintos aparatos para medir el tiempo, y recoge en distintos paneles la importancia de los relojes de sol en la literatura y pintura, incluso en las banderas de 18 países y en los refranes populares.

Fuera de las islas, la reproducción más significativa es la de Tutmosis III, a escala 1:1, un instrumento diseñado para medir el tiempo por los antiguos faraones egipcios mediante la posición del sol en su recorrido.

En el panel dedicado a la literatura se mencionan los libros de relojes de sol de Alfonso X el Sabio, el libro de Los Reyes II, o el 'Poema a una nariz' de Francisco de Quevedo a su adversario Luis de Góngora, en el que se ensaña con el desproporcionado apéndice nasal del poeta cordobés al decir de él que "era un reloj de sol mal encarado".

Esta exposición se complementa con una pequeña muestra de libros antiguos sobre relojes de sol como es el caso del ejemplar de Pedro Roig, del año 1575.

Además, y como actividad complementaria, Luis Balbuena ha organizado una serie de talleres en los que enseña a los alumnos a realizar un reloj de sol de forma vertical y ecuatorial.

La exposición de carácter itinerante permanecerá abierta hasta el próximo domingo, 9 de marzo, en La Laguna, y luego se trasladará a Santa Cruz de La Palma, Los Realejos (Tenerife), y por último, en octubre irá a Lanzarote.

Cuento de los tres deseos
[Cuento. Texto completo]
Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont

Había una vez un hombre, que no era muy rico, que se casó con una bella mujer. Una noche de invierno, sentados junto al fuego, comentaban la felicidad de sus vecinos que eran más ricos que ellos.

-¡Oh! -decía la mujer- si pudiera disponer de todo lo que yo quisiera, sería muy pronto mucho más feliz que todas estas personas.

-Y yo -dijo el marido-. Me gustaría vivir en el tiempo de las hadas y que hubiera una lo suficientemente buena como para concederme todo lo que yo quisiera.

En ese preciso instante, vieron en su cocina a una dama muy hermosa, que les dijo:

-Soy un hada; prometo concederles las tres primeras cosas que deseen; pero tengan cuidado: después de haber deseado tres cosas, no les concederé nada más.

Cuando el hada desapareció, aquel hombre y aquella mujer se hallaron muy confusos:

-Para mí, que soy el ama de casa -dijo la mujer- sé muy bien cuál sería mi deseo: no lo deseo aún formalmente, pero creo que no hay nada mejor que ser bella, rica y fina.

-Pero, -contestó el marido- aún teniendo todas esas cosas, uno puede estar enfermo, triste o incluso puede morir joven: sería más prudente desear salud, alegría y una larga vida.

-¿De qué serviría una larga vida, si se es pobre? -dijo la mujer-. Eso sólo serviría para ser desgraciado durante más tiempo. En realidad, el hada habría debido prometer concedernos una docena de deseos, pues hay por lo menos una docena de cosas que yo necesitaría.

-Eso es cierto -dijo el marido- pero démonos tiempo, pensemos de aquí a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más necesarias, y luego las pediremos.

-Puedo pensar en ello toda la noche -dijo la mujer- mientras tanto, calentémonos pues hace frío.

Mientras hablaba, la mujer cogió unas tenazas y atizó el fuego; y cuando vio que había bastantes carbones encendidos, dijo sin reflexionar:

-He aquí un buen fuego, me gustaría tener un alna de morcilla para cenar, podríamos asarla fácilmente.

Tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, cayó por la chimenea un alna de morcilla.

-¡Maldita sea la tragona con su morcilla! -dijo el marido-; no es un hermoso deseo, y sólo nos quedan dos que formular; por lo que a mí respecta, me gustaría que llevaras la morcilla en la punta de la nariz.

Y, al instante, el hombre se percató de que era más tonto aún que su mujer, pues, por ese segundo deseo, la morcilla saltó a la punta de la nariz de aquella pobre mujer que no podía arrancársela.

-¡Qué desgraciada soy! -exclamó- ¡eres un malvado por haber deseado que la morcilla se situara en la punta de mi nariz!

-Te juro, esposa querida, que no he pensado en que pudiera ocurrir -dijo el marido-. ¿Qué podemos hacer? Voy a desear grandes riquezas y te haré un estuche de oro para tapar la morcilla.

-¡Cuídate mucho de hacerlo! -prosiguió la mujer- pues me suicidaría si tuviera que vivir con esta morcilla en mi nariz, te lo aseguro. Sólo nos queda un deseo, cédemelo o me arrojaré por la ventana.

Mientras pronunciaba estas frases corrió a abrir la ventana y su marido, que la amaba, gritó:

-Detente mi querida esposa, te doy permiso para que pidas lo que quieras.

-Muy bien, -dijo la mujer- deseo que esta morcilla caiga al suelo.

Y al instante, la morcilla cayó. La mujer, que era inteligente, dijo a su marido:

-El hada se ha burlado de nosotros, y ha tenido razón. Tal vez hubiéramos sido más desgraciados siendo más ricos de lo que somos en este momento. Créeme, amigo mío, no deseemos nada y tomemos las cosas como Dios tenga a bien mandárnoslas; mientras tanto, comámonos la morcilla, puesto que es lo único que nos queda de los tres deseos.

El marido pensó que su mujer tenía razón, y cenaron alegremente, sin volver a preocuparse por las cosas que habrían podido desear.
FIN